Análisis de los términos religiosos en Vida y sucesos de la Monja Alférez de Catalina de Erauso

Alexa Juehring

El vocabulario religioso en Vida y sucesos de la Monja Alférez ocupa un lugar significativo dentro del texto, revelando no solo la formación cultural y moral de su autora, sino también la tensión entre religión y transgresión que caracteriza la vida de Catalina de Erauso. Los términos identificados —Dios, iglesia, convento, santo, San, Pedro, Francisco, obispo, ilustrísima, hábito— y sus frecuencias variables (entre 14 y 22 apariciones cada uno) permiten observar cómo la protagonista se mueve constantemente dentro y fuera de los espacios del poder religioso, tanto física como simbólicamente.

Términos religiosos
Figura 1: Frecuencia de los términos religiosos

La palabra “iglesia”, con 22 menciones, refleja el papel central de la institución eclesiástica en la vida colonial y en la identidad femenina del siglo XVII. La iglesia no solo representa un espacio de fe, sino también una estructura de control y moralidad. En el caso de Erauso, que fue criada en un convento, la iglesia simboliza el orden del cual huye: su huida del convento marca el inicio de su vida de aventuras. Paradójicamente, la palabra “convento” (25 apariciones) tiene una frecuencia aún mayor, lo cual enfatiza la fuerza de ese pasado religioso que ella intenta dejar atrás. El convento, como espacio cerrado y femenino, contrasta con la libertad y movilidad del mundo masculino en el que Catalina decide vivir. Los términos “Dios” (20) y “santo/San” (14 y 26) indican la persistencia de un lenguaje de fe en la narración, incluso cuando la protagonista comete actos que contradicen los valores cristianos —violencia, engaño, travestismo y fuga de la vida religiosa. Erauso invoca a Dios de manera intermitente, no como una figura de obediencia sino como un testigo de sus acciones o una fuente de justificación moral. Su relación con la fe es instrumental: más que devoción, demuestra una internalización del discurso católico propio de su tiempo, que inevitablemente aflora en su lenguaje. Las menciones de “obispo” (18) e “ilustrísima” (22) introducen el poder jerárquico de la Iglesia. Estos términos no son meras referencias decorativas, sino señales del peso institucional que define la sociedad colonial. La presencia de figuras eclesiásticas en el texto, como los obispos o confesores que descubren su verdadera identidad, subraya cómo la religión actúa como mediadora entre lo divino y lo político. La forma de tratamiento ilustrísima refleja además el respeto reverencial exigido por las autoridades religiosas, mostrando que, a pesar de su rebeldía, Catalina comprende y reproduce las normas sociales de cortesía y jerarquía eclesiástica.

Por otro lado, la palabra “hábito” (14) posee una doble carga semántica. Literalmente, alude a la vestimenta monástica que Catalina abandona; simbólicamente, representa el desprendimiento de su identidad femenina y religiosa. El acto de quitarse el hábito y vestirse de hombre no solo marca su transformación física, sino también su ruptura con el orden divino y patriarcal. Sin embargo, el hábito persiste como memoria en su lenguaje: aunque lo abandona, nunca logra desprenderse completamente de su significado. Las menciones de nombres como “San Pedro” y “San Francisco” (ambos con 28 y 14 apariciones) confirman la profunda presencia del imaginario cristiano. No se trata solo de devoción, sino de una forma de anclaje cultural. Catalina recurre a santos conocidos por sus virtudes —Pedro como la piedra de la Iglesia o Francisco, modelo de humildad— como referentes morales frente a su vida errante. Este uso podría leerse como una manera de legitimar su experiencia ante un público lector profundamente católico.

En conjunto, la frecuencia de estos términos revela la contradicción central del texto: Catalina de Erauso escribe desde la rebeldía, pero con el lenguaje del orden que desafía. Su identidad fluye entre lo masculino y lo femenino, lo profano y lo sagrado. Aunque abandona la vida religiosa, su narración está impregnada de la retórica de la fe, lo que demuestra cómo la religión funcionaba como el marco discursivo inescapable de su tiempo.

En conclusión, los términos religiosos y su repetición en Vida y sucesos de la Monja Alférez no solo muestran la omnipresencia de la Iglesia en la sociedad colonial, sino también la compleja relación de Erauso con esa institución. Su lenguaje refleja tanto obediencia como resistencia: cada mención de “Dios” o “convento” recuerda al lector que su libertad está condicionada por la estructura moral que intenta subvertir. En ese sentido, la religiosidad del texto no es simple devoción, sino un espejo de la paradoja que define a su autora: una monja que desafía los límites del cuerpo, el género y la fe.