La virtud femenina como construcción política en Álvaro de Luna
Alexa Juehring
En el Libro de las claras e virtuosas mugeres (1446), Álvaro de Luna trata sobre virtudes femeninas como la castidad, la prudencia, el coraje o la paciencia, adaptándolas al marco bíblico, clásico o cristiano. La castidad funciona como eje central: en Judith es fuerza cívica, en Lucrecia sacrificio trágico y en Marina resistencia espiritual. La prudencia se asocia a figuras de consejo como la Reina de Saba, mientras que el coraje aparece en acciones heroicas o martiriales. Estas virtudes, lejos de ser solo valores morales, cumplen un papel político: contrarrestan la misoginia del XV y legitiman la propia imagen del autor como hombre sabio y fiel al rey. Las visualizaciones refuerzan este patrón, mostrando jerarquías claras de virtudes en cada bloque y evidenciando su función ideológica más que meramente ejemplar.
Álvaro de Luna escribió el libro en una coyuntura marcada por la pérdida de poder. Tras décadas como “hombre fuerte” de Castilla, fue desplazado por la nobleza y por la reina Isabel de Portugal, hasta ser ejecutado en 1453. En ese contexto, su obra puede entenderse como un gesto de autoafirmación y defensa simbólica. Aunque dialoga con la tradición de Boccaccio (De claris mulieribus), introduce innovaciones que lo hacen único: el libro se enfoca solo en mujeres y responde a la misoginia de obras como el Corbacho de Alfonso Martínez de Toledo —un texto del siglo XV que habla mal de ellas— proponiendo una visión más positiva. En esta, la virtud femenina se entiende como algo flexible, que puede incluir el coraje y la prudencia, pero también la castidad, la fe y la paciencia.
Entre las biografías bíblicas, la figura de Judith resulta especialmente significativa. Viuda noble y virtuosa, logra salvar a su pueblo al decapitar a Holofernes. Lo notable es que, pese a exponerse al enemigo, mantiene su castidad intacta. Incluso cuando hace creer a Holofernes que lo seduce, no lo hace por deseo, sino por necesidad estratégica: en un contexto en que la sexualidad femenina era instrumentalizada por los hombres, Judith recupera ese poder para ponerlo a servicio de su pueblo. De este modo, su virtud no se ve comprometida, sino reforzada, pues demuestra que la castidad puede coexistir con la astucia y el control de la situación. La virtud aparece así no como pasividad, sino como estrategia activa para el bien común. El texto afirma que Judith “no fue menos admirable que gloriosa”, destacando que su prudencia y pureza fueron recompensadas por Dios. Esta representación la convierte en líder cívica: es su castidad la que garantiza la salvación de toda la comunidad. En las visualizaciones de frecuencias, se observa que en el bloque bíblico la castidad y la fe predominan, siempre ligadas a la defensa del pueblo. Judith encarna, por tanto, una virtud femenina que trasciende lo doméstico y se proyecta políticamente.
Muy diferente es el caso de Lucrecia, figura de la tradición clásica. Tras ser violada por Sesto Tarquino, decide suicidarse para preservar su honor. El relato subraya que, aunque permanecía pura de corazón, no quiso “ser ejemplo para que ninguna mujer que haya perdido su castidad viva después de mí”. Aquí, la castidad se entiende como un valor absoluto cuya pérdida obliga incluso a la muerte. No se trata de virtud activa y colectiva, como en Judith, sino de una virtud sacrificial ligada al honor personal y familiar. Sin embargo, su acto tiene repercusión pública: provoca la caída de la monarquía y el nacimiento de la república romana. En las imágenes que nos ofrece Álvaro de Luna sobre las virtudes clásicas, el coraje y la lealtad política, pero la castidad se cuenta en historias trágicas como las de Lucrecia o Dido. Así, la virtud femenina se relaciona con inspirar cambios históricos mediante el sacrificio personal.
En el bloque cristiano, la biografía de Santa Marina ofrece otra perspectiva. Disfrazada de varón para ingresar en un monasterio, fue falsamente acusada de deshonrar a una joven y expulsada. Marina aceptó la injusticia con humildad y paciencia, sin revelar su identidad hasta después de su muerte. Aquí, la virtud central es la paciencia, aunque también se subraya la castidad, pues nunca cede a las acusaciones. Marina encarna la resistencia interior, mostrando cómo la virtud cristiana consiste en soportar la injusticia y convertirla en testimonio de fe. A diferencia de Judith, que actúa en defensa de su pueblo, o de Lucrecia, que muere para preservar su honor, Marina representa un modelo de virtud interiorizado y orientado a la salvación espiritual. La comparación de estos tres ejemplos permite identificar un patrón en la obra. En las mujeres bíblicas, como Judith, la virtud se asocia a la acción cívica y a la defensa del pueblo; en las clásicas, como Lucrecia, se vincula al honor personal y al sacrificio trágico; en las cristianas, como Marina, se interioriza como paciencia, fe y humildad.
Las visualizaciones ayudan a percibir la jerarquía establecida: en el bloque bíblico domina la fe y la castidad; en el clásico, la castidad se combina con valentía y honor; en el cristiano, prevalece la resistencia espiritual. Esta clasificación no es casual, sino que responde a una estrategia ideológica que busca mostrar que la virtud femenina es diversa, pero siempre ejemplar y digna de imitación. Más allá de su valor moral, la virtud femenina cumple una clara función política. Álvaro de Luna, al exaltar mujeres que defienden a su pueblo, mueren por el honor o soportan la injusticia con paciencia, está construyendo un discurso paralelo sobre sí mismo. Judith refleja al protector de la comunidad; Lucrecia, la pureza capaz de inspirar cambios históricos; Marina, la paciencia ante la adversidad. Así, la exaltación de mujeres ejemplares funciona como un espejo simbólico del poder masculino y legitima la figura del autor como consejero y condestable en una Castilla convulsionada por intrigas. No es solo un manual de virtudes, sino también una herramienta de legitimación personal en tiempos de adversidad.
En conclusión, la obra de Álvaro de Luna construye un concepto de virtud femenina que, lejos de ser uniforme, se adapta a los distintos contextos culturales y religiosos. La castidad aparece como eje central en sus distintas modulaciones: fuerza activa en Judith, sacrificio trágico en Lucrecia y resistencia interior en Marina. Las visualizaciones refuerzan esta interpretación al mostrar patrones y jerarquías en la distribución de virtudes. El texto revela que la virtud no es un ideal neutro, sino una herramienta ideológica al servicio de un proyecto cultural y político. En la Castilla del siglo XV, reflexionar sobre la virtud femenina significaba también intervenir en las luchas de poder y de memoria de la corte. Álvaro de Luna, al escribir sobre mujeres, estaba, en última instancia, escribiendo sobre sí mismo y sobre la legitimidad de su figura en la historia.