Las virtudes y las mujeres según Álvaro de Luna

Lauren Barnwell

En todas las épocas se ha discutido qué significa vivir con virtud. En la Edad Media, una de las virtudes más importantes era la castidad, entendida no solo como algo personal, sino también como un deber social y religioso. En este ensayo voy a analizar cómo Álvaro de Luna presenta la castidad en su Libro de las claras e virtuosas mugeres. Para mi análisis, me enfocaré en tres biografías: Judith, Lucrecia y Santa Margarita. Las he elegido porqué a través de estas mujeres se puede ver cómo la castidad no era solo una cualidad privada, sino también una herramienta política, social y espiritual.

Un buen ejemplo es la historia bíblica de Judith. Ella aparece como una viuda noble, rica y honesta que lleva una vida austera de ayuno y oración. Cuando la ciudad de Betulia está sitiada por el ejército de Holofernes, Judith decide actuar para salvar a su pueblo. Se viste con gran riqueza y entra en el campamento enemigo fingiendo estar de su lado. Holofernes queda impresionado con su belleza e intenta poseerla, pero Judith mantiene su castidad intacta. Aprovecha el momento en que él se emborracha y lo mata cortándole la cabeza. Gracias a este acto, libera a su ciudad. En esta biografía la castidad de Judith no es algo pasivo, sino la condición que le da fuerza para resistir y la base de la valentía con la que salva a su pueblo. Su ejemplo demuestra que la castidad podía ser concebido como un motor de acción, y no simple silencio o pureza pasiva.

La historia de Lucrecia, mujer romana de la Antigüedad, muestra otra cara de la castidad: la tragedia. Lucrecia era conocida por su honestidad y su dedicación al trabajo doméstico. Sin embargo, fue violada por Sesto Tarquino, hijo del rey. Después del ataque, ella declara que su cuerpo fue forzado, pero que su corazón sigue siendo inocente. A pesar de esta pureza interior, decide suicidarse para no vivir con la deshonra. Antes de morir, pide a su familia que castiguen al culpable. Su muerte se convierte en un hecho político, ya que provoca la expulsión de los reyes de Roma y la fundación de la república. En este caso, la castidad se presenta como un valor que no puede ser manchado por la violencia, pero que exige un sacrificio extremo. Más que ser recordada solo como víctima, Lucrecia es transformada en un símbolo de pureza, cuya virtud inspira un cambio político y social duradero. Su castidad, defendida incluso después de su muerte, es lo que convierte su tragedia en un ejemplo universal.

Otro ejemplo aparece en la vida de Santa Margarita, una joven mártir cristiana. El gobernador Olimbrio intentó seducirla con promesas de riquezas y matrimonio, pero ella lo rechazó para mantener su virginidad y su compromiso con Cristo. Como no aceptó, la torturaron y encarcelaron. Durante su sufrimiento, enfrentó incluso la figura de un dragón que quiso devorarla, pero ella lo venció con la señal de la cruz. Finalmente fue condenada a muerte, y antes de ser decapitada pidió tiempo para rezar. En este caso, la castidad de Margarita se entiende como fidelidad a su pureza y a su fe, ya que prefirió el martirio antes que ceder a las exigencias de Olimbrio. Su historia muestra que la virtud de la castidad podía ser defendida incluso frente al dolor y la muerte, y que era inseparable de la idea de santidad en el mundo cristiano.

Al comparar estas tres figuras, se ve que la castidad no aparece siempre de la misma forma. En Judith, la castidad es la base que le permite mantenerse firme y usar su pureza como parte de la estrategia con la que salva a su pueblo. En Lucrecia, la castidad se convierte en sacrificio extremo que, aunque no evita la violencia contra ella, inspira un cambio político decisivo en Roma. En el caso de Margarita, su castidad se muestra en su rechazo claro a Olimbrio y en su decisión de mantener su virginidad aun bajo tortura. Prefirió la muerte antes que ceder, y esa fidelidad hace que su martirio sea recordado como ejemplo de santidad. En los tres casos, la virtud de la castidad no se presenta como pasividad, sino como fuerza activa que guía decisiones valientes y ejemplares.

La importancia central de esta virtud también se refleja en los datos. Según las visualizaciones del proyecto, la castidad aparece en 28 biografías, más que cualquier otra virtud (Figura 1). Esto significa que Luna no solo narra casos aislados, sino que coloca la castidad como el valor más repetido y destacado en su obra. Al hacerlo, refuerza la idea de que esta virtud debía ser entendida como la base de la identidad femenina, y también como un modelo útil para la política y la religión de su tiempo.

New Plot Img
Figura 1: Gráfico de la frecuencia de virtudes

Aunque parece una virtud privada, la castidad cumple también un papel político y simbólico. Judith salva a su ciudad gracias a su pureza, Lucrecia da origen a una república al defender su castidad hasta la muerte, y Margarita refuerza la fe cristiana al mantener su virginidad frente al poder terrenal. Álvaro de Luna escribió este libro en un momento en el que su poder estaba en riesgo, y al elogiar a estas mujeres castas buscaba proyectar una imagen de sí mismo como hombre justo y fiel. En su obra, la castidad no es un simple rasgo moral, sino un ejemplo de acción y de transformación para la comunidad.

En conclusión, la castidad en el Libro de las claras e virtuosas mujeres se entiende como mucho más que pureza personal. Judith, Lucrecia y Margarita muestran tres formas distintas de vivir esta virtud: como estrategia para la salvación de un pueblo, como sacrificio que cambia la historia política, y como martirio que refuerza la fe cristiana. El hecho de que esta virtud sea la más repetida en todo el libro confirma su centralidad. En todas ellas, la castidad es el centro de sus decisiones, la raíz de su fuerza y la clave de su legado. Álvaro de Luna convierte estas vidas en un mensaje claro: la castidad, lejos de ser pasiva, era una virtud activa que servía como herramienta política, social y espiritual capaz de sostener comunidades y transformar la historia.