Las Memorias de Leonor López de Córdoba
Descripción de la fuente: Para llevar a cabo este ejercicio de codificación hemos utilizado Memorias de una dama del siglo XIV y XV: Doña Leonor López de Córdoba. (Vida de doña Leonor López de Córdoba, escrita por ella misma.) ed. Adolfo de Castro, en «La España Moderna» nº 163, Madrid, Julio 1902, pp. 120-146. Disponible en Internet Archive. https://archive.org/details/n16365laespaamoderna14madruoft/page/n125/mode/2up
Vida de Doña Leonor López de Córdoba, escrita por ella misma
1. En el nombre de Dios Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero en Trinidad, al cual sea dada gloria á el Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ansí como era en el comienzo, ansí es agora y por el siglo de los siglos. Amén. En el nombre del qual sobredicho Señor y de la Virgen Santa María su Madre y Señora y abogada de los pecadores y á honra y ensalzamiento de todos los ángeles é Santos y Santas de la corte del cielo, Amén. = Por ende, sepan cuantos estas escripturas vieren, como yo Doña Leonor López de Córdoba, fija de mi Señor el Maestre Don Martín López de Córdoba é Doña Sancha Carrillo, á quien dé Dios gloria y paraíso, juro por esta significanza de +, en que yo adoro como todo esto que aquí es escripto es verdad, que lo ví é pasó por mí; y escríbolo á honra y alabanza de mi Señor Jesu Christo é de la Virgen Santa María su madre que lo parió; porque todas las criaturas que estuvieren en tribulación sean ciertas; que yo espero en su misericordia, que si se encomiendan de corazón á la Virgen Santa María, que ella las consolará y acorrerá como consoló á mí, y porque quien lo oyere sepa la relación de todos mis hechos é milagros que la Vírgen Santa María me mostró; y es mi intención que quede por memoria, mandélo escribir así como vedes.
2. Y ansí que yo soy fija del dicho Maestre, que fué de Calatrava en el tiempo del Señor Rey Don Pedro, y el dicho Señor Rey le hizo merced de darle la encomienda de Alcántara, que es en la ciudad de Sevilla; y luego le hizo Maestre de Alcántara y á la postre de Calatrava. Y el dicho Maestre, mi padre, era descendiente de la casa de Aguilar y sobrino de Don Juan Manuel, fijo de una sobrina suya, fija de un hermano. Y subió á tan grande estado, como se hallará en las Coroninas de España. E como dicho tengo soy fija de Doña Sancha Carrillo, sobrina é criada del Señor Rey Don Alfonso, de muy esclarecida memoria, que Dios dé santo paraíso, padre del dicho Señor Rey Don Pedro; y mi madre falleció muy temprano.
3. Y así me casó mi padre de siete años con Ruy Gutiérrez de Henestrosa, hijo de Juan Fernández de Henestrosa, Camarero Mayor del Señor Rey Don Pedro y Su Canciller Mayor del Sello de la puridad y Mayordomo Mayor de la Reyna Doña Blanca, su mujer, el cual casó con Doña María de Haro, Señora de Haro y los Cameros. Y á mi marido quedáronle muchos bienes de su padre y muchos lugares: y alcanzaba trescientos de á caballo suyos é cuarenta madejas de aljófar tan grueso como garbanzos, é quinientos moros é moras, y dos mil marcos de plata en bajilla; y las joyas y preseas de su casa no las pudieron escribir en dos pliegos de papel. Y esto le cupo del dicho su padre y madre; porque otro fijo y heredero no tenían. A mí me dió mi padre veinte mil doblas en casamiento.
4. Y residíamos en Carmona con las fijas del Señor Rey Don Pedro, y yo, é mis cuñados, maridos de mis hermanas, y un hermano mío, que se llamaba Don Lope López de Córdoba Carrillo. Llamábanse mis cuñados Fernán Rodriguez de Aza, Señor de Aza é Villalobos, é el otro Ruy García de Aza, el otro Lope Rodríguez de Aza, que eran fijos de Álvaro Rodríguez de Aza é de Doña Constanza de Villalobos.
5. Y fué ansí: que cuando el Señor Rey Don Pedro quedó cercado en Montiel de su hermano el Señor Rey Don Enrique y mi Padre bajó al Andalucía á llevar gente para socorrerlo; y llevándola, halló que era muerto á manos de su hermano. Y vista esta desgracia, tomó el camino para Carmona, donde estaban las señoras Infantas, fijas del Señor Rey Don Pedro y parientas tan cercanas de mi marido y mías por mi madre. Y el Señor Rey Don Enrique, viéndose Rey de Castilla, se vino á Sevilla y puso cerco á Carmona. Y como es villa tan fuerte, estuvo muchos meses cercada.
6. Y acaso habiendo salido mi padre fuera de ella y sabiéndolo los del Real del Rey, como era salido de la dicha villa, ofreciéronse doce caballeros á escalar la villa; y subidos á ella á la muralla, fueron presos; y luego fue avisado mi padre del tal hecho y vino luego, y por el atrevimiento les mandó cortar las cabezas.
7. Y el Señor Rey Don Enrique, visto este fecho y que no podía por fuerzas de armas entrarla á satisfacerse de esto hecho, mandó al Condestable de Castilla tratase de medios con mi padre. Y los medios que mi padre trató fueron dos: el uno, que las Señoras Infantas las habían de poner libres á ellas y á sus tesoros en Inglaterra, antes que él entregase la dicha villa al Rey. Y ansí fue hecho, porque mandó á unos escuderos, deudos suyos naturales de Córdoba y de su apellido, que fuesen con ellas, y la demás gente que le pareció. El otro capítulo fue que él y sus hijos y valedores y los que habían asistido por su orden en aquella villa, fuesen perdonados del Rey, y dados por leales á ellos y á sus haciendas; y así se le dió firmado del dicho Condestable, en nombre del Rey.
8. Y hecho este partido, entregó la villa al dicho Condestable en nombre del Rey; y de allí fueron él y sus hijos y la demás gente á besar la mano del Rey. Y el Señor Rey Don Enrique mandólos prender y poner en las Atarazanas de Sevilla; y el dicho Condestable, visto que el Señor Rey Don Enrique no le había cumplido la palabra que él había dado en su nombre al dicho Maestre, se salió de su Corte y nunca más volvió á ella.
9. Y el Señor Rey mandó que le cortasen la cabeza á mi padre en la plaza de San Francisco, de Sevilla, y que le fuesen confiscados sus bienes y los de su yerno, valedores y criados.
10. Y yéndole a cortar la cabeza encontró con Mosen Beltrán de Clequin, caballero francés, que fue el caballero que el Rey Don Pedro se había fiado del que lo pornía en salvo, es tando cercado en el castillo de Montiel; y no cumpliendo lo que le prometió, antes le entregó al Rey Don Enrique para que lo matase; y como encontró á el Maestre, díjole: Señor Maestre,¿no os decía yo que vuestras andanzas habían de parar en esto? Y él respondió: Más vale morir como leal, como yo lo he hecho, que no vivir como vos.
11. Y estuvimos los demás que quedamos presos nueve años, hasta que el Señor Rey Don Enrique falleció; y nuestros maridos tenían sesenta libras da hierro cada uno en los pies. Y mi hermano D. Lope López tenía una cadena encima de los hierros, en que había setenta eslabones. El era niño de trece años, la más hermosa criatura que había en el mundo. E á mi marido, en especial, poníanlo en el algibe de la hambre, é teníanlo seis ó siete días que nunca comía ni bebía, porque era primo de las señoras Infantas, hijas del Señor Rey Don Pedro.
12. En esto vino una pestilencia é murieron todos, mis dos hermanos é mis cuñados é trece caballeros de la casa de mi padre. E Sancho Miñez de Villendra, su camarero mayor, decía á mí y á mis hermanos: «Hijos de mi Señor, rogad á Dios que os viva yo, que si yo os vivo, nunca moriréis pobres.» E plugo á Dios que murió el tercero día sin hablar.
13. E á todos los sacaban á desherrar al desherradero, como moros después de muertos. El triste de mi hermano Don Lope López pidió al Alcaide que nos tenía, que le dijese á Gonzalo Ruiz Dolante, que nos hacía mucha caridad é mucha honra por amor de Dios: «Señor Alcaide, sea agora vuesa merced que me tirase estos hierros antes que salga mi ánima é que no me sacasen al desherradero,» E él díjole: –«¿Cómo? ¿Como á moro?» – «Si en mí fuese, yo lo faría.» Y en esto salió su ánima en mis manos, que había él un año más que yo. E sacáronlo en una tabla al desherradero, como á moro; é enterráronlo con mis hermanos é con mis hermanas é con mis cuñados en San Francisco de Sevilla. E mis cuñados traían sendos collares de oro á la garganta, que eran cinco hermanos; é se pusieron aquellos collares en Santa María de Guadalupe, é prometieron no quitárselos hasta que todos cinco se los tirasen á Santa María, que por sus pecados el uno murió en Sevilla y el otro en Lisbona y el otro en Inglaterra. E así murieron derramados, é se mandaron enterrar con sus collares de oro; é los frailes con la codicia, después de enterrados, le quitaron el collar. Y no quedaron en la Atarazana de la casa de mi Señor el Maestre sino mi marido y yo.
14. Y en esto murió el muy alto y muy esclarecido señor Rey Don Enrique, de muy santa y esclarecida memoria, y mandó en su testamento que nos sacasen de la prisión é nos tornasen todo lo nuestro; é yo quedé en casa de mi señora tía Doña María García Carrillo é mi marido fué á demandar sus bienes, é los que los tenían preciáronlo poco, porque no tenía estado ni manera para les poder demandar; é los derechos ya sabéis, como dependen á los lugares que han con que se demandar; é así perdióse mí marido é anduvo siete años por el mundo como desventurado y nunca halló pariente ni amigo que bien le hiciese ni hubiese piedad de él. E á cabo de siete años, estando yo en casa de mi señora mi tía Doña María García Carrillo, dijeron á mí marido, que estaba en Badajoz con su tío Lope Fernández de Padilla en la guerra de Portugal, que yo estaba muy bien andante, que me habían hecho mucho bien mis parientes, cabalgó encima de su mula, que valía muy pocos dineros, é lo que traía vestido no valía treinta maravedís, y entróse por la puerta de mi señora mi tía.
15. Yo como había sabido que mí marido andaba perdido por el mundo, traté con mi señora mi tía, hermana de mi señora mi madre, que le decían Doña Teresa Fernández Carrillo (estaba en la Orden de Guadalajara, que la hicieron mis bisabuelos, é dotaron precio para cuarenta Ricas-hembras de su linaje, que viniesen en aquella Orden), enviéle á demandar le pluguiese que yo fuese acogida en aquella Orden, pues por mis pecados mi marido é yo eramos perdidos; y ella y toda la Orden alcanzaronlo en dicha, porque mi señora madre se había criado en aquellos monasterios; y de allí la sacó el Rey Don Pedro é la dió á mi padre que casase con ella; porque ella era hermana de Gonzalo Díaz Carrillo é de Diego Carrillo, fijos de Don Juan Fernández Carrillo é de Doña Sancha de Rojas. E porque esos mis tíos habían temor del dicho Señor Don Pedro, que había muerto y desterrado muchos de este linage, y á mi abuelo le había derribado las casas é dado quanto tenía á otrie, estos mis tíos fuéronse dende á servir al Rey Don Enrique (quando era conde) por este enojo. Y nací en Calatayud en casa del Señor Rey, é fueron las Señoras Infantas sus fijas mis madrinas, y trujéronme con ellas al Alcázar de Segovia con mí señora madre, que allí murió y quedé yo en edad, que nunca la conocí.
16. Y después que mi marido vino, como dicho es, fuese en casa de mí señora mi tía, que era en Córdoba junto á Sant Hipólito, y á mí y á mi marido me acojió allí en unas casas junto á las suyas. Y viéndonos con poco descanso, fize una oración á la Virgen Santa María de Belén treinta días: cada noche rezaba trescientas aves marías de rodillas para que pusiese en corazón á mi señora que consintiese abrir un postigo á sus casas. Y dos días antes que acabase la oración, demandé á mí señora mi tía que me dejase abrir aquel postigo, porque no viniéramos por la calle á comer á su mesa, entre tantos caballeros que había en Córdoba; é la su merced me respondió le placía, é yo fui muy consolada. E quando otro día quise abrir el postigo, criadas suyas le habían vuelto su corazón que no lo hiciese. Y fui tan desconsolada que perdí la paciencia. E la que me hizo más contradicción con mi señora mi tía, se murió en mis manos comiéndose la lengua. E otro día, que no quedaba más que un día de acabar mi oración, sábado, soñaba que pasando por Sant Hipólito, tocando el alba, vía en la pared de los corrales un arco muy grande y muy alto, é que entraba yo por allí y cogía flores de la sierra y veía muy gran cielo. Y en esto desperté é oré esperanza en la Virgen Santa María que me daría casa. En esso vino un robo de la judería, é tomó un niño huérfano que tenía para que fuese instruido en la fée. Hícelo baptizar para que fuese instruido en la fée; y un día viniendo con mi señora mi tía de misa en Sant Hipólito, ví repartir á los clérigos de Sant Hipólito aquellos corrales, donde soñé yo que había el arco grande; y le supliqué á mi señora mi tía Doña Mencía Carrillo que fuese servida de comprar aquel sitio para mí; pues había diez y siete años que estaba en su compañía y me las compró, dándolas con la condición que señalaba, que se hiciese una capellanía impuesta sobre las dichas casas por el alma del Señor Rey Don Alfonso, que hizo aquella iglesia á nombre de Sant Hipólito, porque nació él á tal día. E tienen estos capellanes otras seis ó siete capellanías de Don Gonzalo Fernández, marido de la dicha señora mi tía, é Don Alonso Fernández, Señor de Aguilar é del Mariscal, sus fijos.
17. Entonces, hecha esta merced, alcé los ojos á Dios y á la Virgen María, dándole gracias por ello; y ende llegó á mí un criado del Maestre, mi señor y Padre, que vive con Martín Fernández, Alcayde de los Donceles, que allí estaba oyendo misa. Enviéle á pedir con aquel criado suyo, para que como pariente, le diese las gracias á mi Señora mi tía de la merced que me había hecho; y á él plúgole mucho y así lo hizo con buena mensura, diciéndole que esta merced recibía él por suya. E dádome la posesión, abrí una puerta en el sitio y lugar que había visto el arco que la Virgen María me mostró. E á los Abades les pesó que me entregasen el dicho solar, porque yo era de gran linaje, y que mis hijos serían grandes, y ellos eran Abades y que no habían menester grandes caballeros cabe sí, y yo túvelo por buen proverbio, y díjeles esperaba en Dios que así sería, y concertéme con ellos de tal manera, que abrí la puerta en aquel lugar donde yo quería. E tengo que por aquella caridad que hice en criar aquel huérfano en la fée de JesuChristo, Dios me ayudó á darme aquel comienzo de casa.
18. E de antes de esto, yo había ido treinta días á maitines ante Santa María, el Amortecida, que es en la orden de San Pablo de Córdoba, con aguas y con vientos y descalza, é rezábale sesenta y tres veces esta oración, que se sigue con sesenta y seis Aves-Marías, en reverencia de los sesenta y seis años que ella vivió con amargura en este mundo, porque ella me diese casa, é ella me dió casa y casas por su misericordia, mejores que yo las merecía, y comienza la oración:
De vos gran dolor había;
Vuestro fijo bien criado
Vístelo atormentado:
Con tu gran tribulación
Amortecíósevos el corazón:
Después de tu tribulación
Puso vos consolación:
Ponedle vos á mí, Señora,
Que sabéis mi dolor.
19. En este tiempo vino una pestilencia muy cruel y mi Señora no quería salir de la ciudad é yo demandéle merced de huir con mis hijuelos, que no se me muriesen; y á ella no le plugo; mas dióme licencia, yo partíme de Córdoba y fuíme á Santa Ella con mis hijos y el huérfano que yo crié.
20. Vivía en Santa Ella y aposentóme en su casa y todos los vecinos de la villa se holgaron mucho de mi ida, y recibiéronme con mucho gasajo, porque habían sido criados del Señor mí padre; y así me dieron la mejor casa que había en el lugar, que era la de Fernando Alonso Medina Barba. Y estando sin sospecha, entró mi Señora tía con sus hijas; é yo apartéme á una cuadra pequeña; y sus hijas mis primas nunca estaban bien conmigo, por el bien que me hacía su madre. Y desde allí pasé tantas amarguras, que no se podrían escribir; y vino allí pestilencia y así se partió mi Señora con su gente para Aguilar, aunque asaz... para sus hijas porque su madre me quería mucho y hacía grande cuenta de mí.
21. E yo había enviado aquel huérfano que crié á Ecija. La noche que llegamos á Aguilar entró de Ecija el mozo con dos landres en la garganta y tres carbuncros en el rostro con muy grande calentura, y estaba allí D. Alfonso Fernández, mi primo, su mujer y toda su casa; y así que todas ellas mis sobrinas y mis amigas vinieron á mí en sabiendo que mi criado venía así y dijéronme, «vuestro criado Alonso viene con pestilencia, y sí D. Alfonso Fernández lo vé, hará maravillas estando con tal enfermedad». Y el dolor que á mí corazón llegó, bien lo podéis entender quien esta historia oyéreis; que yo venía corrida y amarga; y en pensar que por mí había entrado tan gran dolencia en aquella casa, fue llamar un criado del Señor mi Padre el Maestre, que se llamaba Miguel de Santa Ella, é roguéle que llevase aquel mozo á su casa. El cuitado tuvo miedo y dijo: «Señora, Señora, ¿cómo lo llevaré con pestilencia que me mate? Y díjele: «Hijo, no querrá Dios.» Y él con vergüenza de mí llevólo; é por mis pecados trece personas que de noche lo velaban, todos murieron.
22. Y yo facía una oración, que había oído, que hacía una monja ante un Crucifijo. Parece que ella era muy devota de Jesu Christo, y diz que después que había oído maitines, veníase ante un Crucifijo, y rezaba de rodillas siete mil veces:«Piadoso fijo de la virgen, vénzate piedad»; y que una noche, estando la monja cerca donde ella estaba, que oyó que le respondió el Crucifijo, é dijo: «Piadoso me llamaste, piadoso te seré.» E yo había gran devoción en estas palabras: rezaba cada noche esta oración, rogando á Dios me quisiese librar á mí y á mis fijos: é si alguno obiere de llevar, llevase el mayor, porque era muy doliente.
23. E plugo á Dios que una noche no fallaba quien velase aquel mozo doliente, porque habían muerto todos los que hasta entonces le habían velado. E vino á mí aquel mi fijo que le decían Juan Fernández de Henestrosa, como su abuelo, que era de edad de doce años é cuatro meses, é díjome: «Señora, ¿no hay quien vele á Alonso esta noche?» E díjele: «Veladlo vos por amor de Dios.» Y respondióme: «Señor, agora que han muerto otros, ¿queréis que me mate?» E yo díjele: «Por la caridad, que yo fago, Dios habrá piedad de mí.» E mí hijo por no salir de mi mandamiento lo fue á velar; é por mis pecados aquella noche le dio la pestilencia é otro día le enterré, y el enfermo vivió después, habiendo muerto todos los dichos.
24. E la mujer de D. Alfonso Fernández, mi prima, hubo muy gran enojo, porque moría mi fijo por tal ocasión en su casa; y la muerte en la boca, lo mandaba sacar de ella. Y yo estaba tan traspasada de pesar, que no podía hablar del corrimiento que aquellos señores me hacían. Y el triste de mi hijo decía: «Decid á mi señora Doña Teresa que no me haga echar, que ahora saldrá mi ánima para el cielo.» Y aquella noche falleció y se enterró en Santa María de la Coronada, que es en la villa, porque Doña Teresa me tenía mala intención, y no sabía por qué, y mandó que no lo soterrasen dentro de la villa.
25. Y así, cuando lo llevaban á enterrar fui yo con él; y cuando iba por la calle con mi hijo, las gentes salían dando alacridos, amancilladas de mí, y decían: «Salid, señoras, y veréis la más desventurada, desamparada é más maldita mujer del mundo», con los gritos que los cielos traspasaban. E como los de aquel lugar, todos eran crianza y hechura del señor mi padre; y aunque sabían que les pesaba á sus señores, hicieron grande llanto conmigo, como si fuera su señora.
26. Esta noche como vine de soterrar á mí hijo, luego me dijeron que me viniese á Córdoba: é yo llegué á mí señora mi tía por ver si me lo mandaba ella. Ella me dijo: «Sobrina señora, no puedo dejar de hacerlo, que á mi nuera y á mis fijas lo he prometido, porque son hechas en uno; y en tanto me han afligido que os parta de mí, que se lo ove otorgado, é esto no sé qué enojo hacéis á mí nuera Doña Teresa que tan mala intención os tiene». Y yo le dije con muchas lágrimas: «Quiera Dios no me salve si merecí por qué.» Y así víneme á mi casa á Córdoba.